lunes, 17 de marzo de 2008

El arte de la fuerza de la sangre colombiana

Lunes 10 de Marzo.

Siete de la noche.

Transmilenio era la mejor opción que tenía para llegar al Auditorio León de Greiff en la Universidad Nacional, sólo que llegué muy temprano y entonces viajé de estación en estación hasta dejar pasar el tiempo. Un bus rojizo lleno de personas que en su mayoría estaban todavía con gotas de lluvia, tenían en sus rostros marcas de cansancio.

Ocho de la noche.

Con total asombro una persona me ubicó en mi silla dentro del teatro ayudada por una mujer que muy amablemente iba organizando a todos en las sillas que quedaban más lejos del escenario, por que eran las más baratas.

Momentos antes de empezar la obra de teatro tenía ya tres cosas en mi cabeza: la primera que esperaba ver una obra de teatro en sí, la segunda que hacer planes uno sólo también es muy cómodo y liberador, y por último, que una pareja de jóvenes no bogotanos me habían pedido que por favor me cambiara de silla para que una acompañante de ellos pudiera estar cerca a lo cual me negué.

Nueve de la noche.

Aún la gente llegaba, ya se veía más lleno el teatro. Los que habíamos sido puntuales empezábamos a cansarnos. Me leí dos veces el programa y cada vez comprendía mejor que no iba a ver ninguna obra de teatro propiamente sino una muestra profesional de danza contemporánea. Lo pensé dos veces y terminé cambiándome de silla. Continué esperando mientras oía algunos vals en mis audífonos, música oportuna para el momento.

¡Y empezó por fin! Doce jóvenes con talento se lanzaron al escenario sin ningún temor aparente y cada uno en su mismo cuerpo reflejaba la fuerza y delicadeza de los ritmos que los hacían moverse con un mensaje en cada presentación. Una antología coreográfica que desplegó imaginación, crítica y colorido.

Variables tonos musicales fueron las cortinas que adornaron a los artistas, y ellos a su vez iluminados por sus formas y siluetas. Siete fueron las presentaciones: Antípodas, Eidon, Danza No Danza, Las bromas de Dios, Del orden al caos, Pegaito al pick up y El sueño de nuestros ancestros fueron el lanzamiento de este grupo llamado El Colegio del Cuerpo.

Sin apreciar aún la magnitud del evento quedé asombrada por su manera de distribuirse entre ellos mismos, pero más por su valentía sobre las tablas. Fuerza era lo que más reflejaban sus pasos.

Mujeres y hombres jóvenes que se estrenaban a nivel mundial en el Festival. Apoyados por una serie de entidades que le permitían por vez primera mostrar su trabajo de manera íntegra. Jóvenes que eran los primeros en toda Colombia en graduarse del programa de Licenciatura en Educación Básica en Danza de la Universidad de Antioquia.

Entre cada salida la gente aplaudía con furor y entusiasmo patriótico (creo yo).

Diez y media de la noche.

Las últimas notas de la canción y los últimos danzares de los artistas. Cambios de ropa más de dos veces, y terminó todo.

Salieron con sus directores o eso creo, Álvaro Restrepo y Marie Delieuvin, agarrados de las manos orgullosos del éxito logrado.

Exhaustos por la velocidad de los ritmos pero sonrientes ante su fuerza de sangre colombiana, que demostraba que en Colombia no sólo la guerra deja sangre sino también que en esta patria hay sangre renovada que tiene fuerza de luchar y demostrar que hay cosas posibles.

Y la gente, aplaudía por minutos largos, algunos incluso se levantaron de sus sillas, otros gritaban y otros silbaban de alegría.

El telón no se cerró, quedó abierto, y la gente ya salía.

Noche fría. Y yo me perdí en Transmilenio (jajajaja) sí, yo que bien lo conozco me dejé perder esa noche y recorrí desde el sur hasta el norte mi ciudad.

Doce de la noche.

Sonreía de la emoción de saber que disfruté de una de las tantas obras del Festival Iberoamericano de Teatro. Todavía tenía ritmos en mi cabeza, un orgullo extraño e inmensas ganas de seguir viendo teatro.

Así se siente también los hechos en esta vieja ciudad.

GRACIAS

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